lunes, 2 de mayo de 2016

Pena.

 No es que no me quieras, es que no has podido ser más cobarde, no es que no quieras estar a mi lado, es que te aterra, estás tan atrapada en tu mundo que tenderle la mano a alguien nuevo, dejarle entrar, que sea capaz de herirte, de sacudirlo todo, de matarte en un segundo con una sola palabra te paraliza, y corres hacia donde sea, huyes.

 Es verdad, no me quieres, nunca lo hiciste, supiste que no podías hacerlo desde el momento en que me conociste. Por mucho que quisieras, por mucho que sintieras, mentiste, pues tú por dentro bien sabías que estabas aterrada, paralizada por el miedo que te tiene totalmente presa, esclava, me das pena, mientras yo lloraba, moría de amor, vivía un sueño, te hacía el amor en cada rincón y me dolían los labios de morderlos al pensarte... Ahí estabas tú, parada, con un corazón muerto, atado con cuerdas que pusieron fantasmas del pasado.

 Vuelves, y vuelves porque sabes lo que sientes, aunque te lo niegues, pero no estás, sigues fuera. ¡Maldita cobarde descarada! Cómo te atreves a acercarte a un corazón vivo que quiere latir por ti, que quiere estar a tu lado incluso en las más duras tempestades, mientras crees que si te quedas sufrirás y no valdrá la pena, mientras sufre por ti, porque cree que vale la pena... Creía que valías la pena.