lunes, 31 de julio de 2017



Hace aproximadamente un año, en Benidorm, un domingo, pero no uno cualquiera, Carlos Sadness se sube al escenario principal del low y yo entre el público refunfuño porque todos quieren ir a verle. Carlos empieza a cantar y yo, como no podía ser de otro modo mataba el tiempo pensando en ti, con la mirada puesta en el escenario y sonrisa de tonta en boca me quedo embobada escuchando sus letras y el impulso de mandarte audios con todas sus canciones se hace cada vez más fuerte, un cantante pop me estaba leyendo la jodida mente y tú tenías que escucharlo. Saco el móvil corriendo de mi bolso y le doy a grabar audio y qué electricidad, vaya conexión la complicidad de alta tensión... El alcohol me quita de un golpe todas las dudas sobre enviarte el audio o no, y tú al otro lado piensas que estoy medio loca y que qué graciosa soy cuando voy un poquito contenta.

-¿Estás en tu casa?
-¡Corre pon radio 3! están retransmitiendo los conciertos en directo.

Solo la idea de que pudiéramos escuchar lo mismo a la vez me hacía sentir tan cerca tuya, que no me di cuenta que con tanto audio te estaba declarando mi amor a los cuatro vientos, así sin armadura. Veinte emoticonos de corazones, y cinco audios de canciones confusas conmigo canturreando de fondo después decido volver a poner mi móvil en el bolso.

Y como una premonición No Vuelvas a Japón fue la ultima canción y la que más me recordaba a ti, ¿quizás porque entre tanto solo me quedé con el final?

No pude arreglarlo,
Tuve que romperlo, ahora me
Deslumbra tu luz en movimiento.







jueves, 20 de julio de 2017

Digamos que ¡Viva Las Vegas!

He de confesar que mis prejuicios a la cultura yankee no dejaban títere con cabeza y menos aun en una ciudad como Las Vegas donde el reclamo turístico es la expropiación cultural en toda regla, nunca imaginé que después de buscar con tanto ahínco iba a encontrar un oasis en medio de este desierto.

Me tuve que desviar de vuelta a casa, pues según dicen a Trump le dio por arreglar las calles y aquí lo tienen todo medio levantado, y voilá, lo que llevaba buscando desde que llegué, una charity shop, decido pararme y bajar del coche, miro a mi alrededor, parece un sitio diferente a todo lo que he visto por aquí, locales, personas... Chequeo el google maps y veo que estoy en el Arts District, ¿arts, aquí, en serio?, me pregunto. Entro a la tienda y por un momento pienso que estoy en California, por fin encuentro los pantalones que andaba buscando, me vuelvo al coche corriendo en parte por el calor, en parte porque llevaba todas mis nuevas adquisiciones en la mano, claro, allí no tenían bolsas, antes de entrar al coche decido pasar y pedir algunas servilletas al bar que está justo al lado de donde había aparcado para limpiar la que había liado con el batido de "chocolate" que me iba bebiendo por el camino.

 Qué jodida casualidad del destino fue entrar allí y encontrarte, casualidad también que os partieseis de risa el camarero y tú al preguntar si hacia el favor de darme algunas servilletas y que yo me quedara con cara de póquer sin saber si es que me pasaba algo o es que el cambio de idioma me había hecho decir  alguna burrada sin querer.  Así que comenzaste explicándome el misterio de las servilletas, continuaste pidiéndome lo mismo que estabas tomando tú y después de que me convencieras para tomarme ese chupito de tequila, me dijiste que tenía que estar segura de si quería verte borracha porque igual después ya no ibas a gustarme. Y yo, que no dejaba de preguntarme que de dónde narices habrá salido esta chica, y como era posible que existiera esa sonrisa.

Al final no sé en qué momento acabe en el coche de camino a tu casa, supongo que en parte porque nos entró la urgencia de ver The Hunger y nos echaban del bar. He de decir que no podía estar más aterrada y confusa, que todo el camino me iba preguntando si eso significaba algo más, que solo pensar en besar unos labios que no fueran los suyos me daba tanto vértigo que a veces frenaba de golpe aunque no hubiera nada ni nadie que me impidiera seguir mi camino, que tardé en llegar casi el doble y me llamaste un par de veces por si me había perdido, aunque tú misma metieras la dirección en el GPS, me tranquilizaba la idea de que con gustar te refirieses a caerme bien, que tal vez solo estabas siendo amable y ofreciéndome tu amistad.

La verdad es que una vez en tu casa la conversación fluía como pocas veces me ha pasado antes y que por suerte para mí no llegamos a ver The Hunger, he de admitir que tus ojos azules me parecían el color más cálido que había visto jamás, tanto que eran capaces hasta de derretir poco a poco todas las capas que una encima de otra habían ido sobreponiéndose en mí estos últimos meses.

Esa noche celebramos la legalidad de la marihuana en el estado de Nevada, los numerosos polvos que le echó Hendrix a su peluche porque según tú estaba nervioso de que yo estuviera allí, hablamos de cine, música y política durante horas, de nuestra colección de camisetas de grupos, cambiamos tanto de canción que no sé en qué momento acabé cantándote mi gran noche de Raphael ni por qué me sentía tan a gusto. A penas cuatro horas antes de que me sonase el despertador y solo porque no quería dar mala imagen al día siguiente en el trabajo me volví a mi casa aunque me hubiera quedado allí un buen rato más. Al llegar he de confesarte que una bandada de pájaros me volvió a volar las tripas al escuchar el clín del móvil avisándome de tu mensaje: Thanks for hanging out 😉.